Mariana Lain

Reencuentro (1996)

Red Arte Joven de la Comunidad de Madrid (mercado Puerta de Toledo).

REENCUENTRO

La mañana que me asomé por vez primera al estudio de Mariana Laín, yo más joven, ella apenas recién llegada a la nebulosa de la adolescencia, tuve una sensación de familiaridad extraordinaria, como si los lienzos hubieran olvidado su entramado de cáñamo para adquirir una textura especular que me devolvía a la vista la representación de objetos, rostros y paisajes que me resultaban extraña- mente conocidos, tal vez porque los conservara imaginados en alguno de los pozos de la memoria. La pintura que contemplaba entusiasmado era sin duda una declaración de principios estéticos, una apuesta por lo sustancioso de una realidad palpable que convenientemente interpretaba por la mano dolosa de Mariana, se cuajaba en sus cuadros con una extraordinaria realidad.

Aquel compendio de imágenes que me eran próximas, tanto en gusto como en intención, en seguida me embaucó con el desafío de la belleza formal, ese celofán irresistible que envuelve el caramelo del arte. Desde entonces he seguido y perseguido su obra cada vez más inflamada de estilo, cada vez más madurada de vidas de historias, de instantes desmenuzados por la abrasión de los pinceles, una obra que se galvaniza en composiciones personalísimas, mitad líricas, mitad carnales, mundos reconocibles si bien untados sin mesura con las brumas boreales de una estética pálida, como de luz helada.

Desde las orillas de algunas composiciones que acaso sugiriesen por el tratamiento de texturas y colores del Picabia de “Femmes au bull-dog”. “la brune et la blonde” o “Printemps” -penúltima pintura que prologó el advenimiento del Pop Art- Mariana Laín emprendió convencida la singladura de lo figurativo y se aplicó en navegar a su antojo por la materia prima de la realidad que se le descarnaba entre aguarrases; haciendo y deshaciendo, brincando al óleo, cabalgando el color hasta sudarlo, asentando en definitiva su planeta pictórico, su estilo nutritivo de crear.

Lo mismo que el poeta debe someter su tributo de tinta al capricho implacable de la imaginación, el pintor entiendo que no tiene otro remedio que afrontar en algún lugar de su obra el reto de narrar con decisión la fibra de su época por lo que ha de andar bien pertrechado de un lenguaje coherente con el que poder interpretar las imágenes que a su alcance coloquen las peripecias del vivir. Mariana Laín, en su afán de abundar en esa narración que a todos al fin y al cabo nos incumbe, sabemos que cargó con valentía las tintas de su pintura en el ejercicio del retrato, género que profesa devotamente y desde el que ha descendido hasta la médula misma de la creación, ese lugar fingido en donde quema el arte toda la belleza de su infierno; por eso nunca miento si digo que Mariana retrata cuando pinta y viceversa lo mismo, porque cuando pinta, retrata. Véanlo. Pálpenlo. A partir de ahí todo es desafío y oficio y gustarse en el funambulismo sorprendente de la técnica, que por lo bien medida que la tiene apenas la catamos los profanos.

La exposición con la que Mariana Laín nos regala sus maneras en este Otoño fértil de 1996, es un paso más sobre la certidumbre del alambre del que hablo. Sus cuadros vuelven a ser signos de indagación, trasverberación al óleo de su evolución personal. En ellos el lienzo se hace llaga y de ella supuran por ejemplo las lágrimas miniadas de sus composiciones, como vírgenes planas que llorasen tesoros; formas nuevas de la materia que a la vez son antiguas, lo mismo que ese sabor salobre de la sangre que corre a borbotones bajo la carne cruda de los protagonistas de sus cuadros, prendiéndoles del licor de la vida las epidermis, esos cálices cálidos del alma.

Mariana Laín narra y el arte le rezuma en lo narrado con la ternura rica de lo recién nacido; ya habrá. tiempo para sepultárselo en la estolidez de los museos. Hasta entonces merodeen por esa especie de liturgia de lo cotidiano que tal vez resulte su pintura y comulguen de ella si apetecen.

FERNANDO ROYUELA

Tres hombres sentados, 1996

Carro con mujeres, 1996

Casa con toldos, 1996

Diagonal de luz, 1996

Dos mujeres con caballo, 1996

Ella, 1996

La pesca, 1996

Leyendo en la terraza, 1996

Niña corriendo, 1996

Paisaje, 1996

Pareja en lago dorado, 1996

Sentados en el jardín, 1996