Mariana Lain

Arco (1999)

Con la galería Bat-Alberto Cornejo.

MARIANA O LA VIDA COLOR DE ROSA

Me gustaría vivir dentro de los cuadros de Mariana: pescar en lagos dorados, ser esa figura que toma el sol con gafas, correr por los prados, leer en una hamaca con bañador rojo… Vivir en ese mundo tan idílico que nos parece imposible. Sin embargo todo es absolutamente real; son personas normales (ni héroes, ni marcianos) haciendo cosas normales (ni vuelan, ni reptan) y viviendo en paisajes normales (con árboles, con ríos).

Sólo ella es capaz de reflejar, de manera deliciosa, esos momentos tan reales y tan poco importantes que, cuando los vivimos en nuestra propia vida, nos parecen hasta aburridos, y nunca imaginamos que pueden ser así de bonitos. Aquí se entiende lo que decía Giorgio de Chirico: “EI arte es la red fatal que atrapa al vuelo (…) esos extraños momentos que escapan a la inocencia y a la distracción de los hombres comunes".

El espectador ve sus cuadros con un sentimiento de déjà-vu, como algo conocido, porque son situaciones ya vividas anteriormente o, al menos, soñadas. Mariana simplemente hace que nos paremos a ver esa realidad sin prisas, a disfrutar los momentos. Porque la pintura tiene el poder de congelar, en el tiempo y en el espacio, cualquier instante irrepetible: el poder de eternizar lo efímero.

Aquí no se enfrentan la fantasía de “lo-bonito” con la realidad de “la-verdad”, sino que todo está contenido en un mismo mundo.

Como cualquier realidad, también ésta está cargada de espiritualidad y la misión del pintor es conseguir que esa espiritualidad llegue al espectador, usando el cuadro como medio y la mirada como excusa. El mundo de Mariana es real, pero su mirada es mucho más que real: Es bonita.

En estos cuadros no pasa nada extraordinario, nada heroico, es más, no pasa nada. Tampoco se resuelve ninguno de los grandes-enigmas-de-la-humanidad, es sólo pintura. Pintura típica de “paisaje-con-figura”, pero en la que todo está perfectamente integrado: la figura y el paisaje. No se sabe dónde empieza una y dónde acaba el otro, todos los elementos están tratados con el mismo mimo, da igual que sean piedras, caras o cielos.

Este concepto de la naturaleza como prolongación de lo humano, y viceversa, (lo humano como prolongación de la naturaleza que le rodea), está muy marcado por la tradición de la pintura nórdica (sus ancestros se revelan). De hecho, los ambientes acogedores de Larsson (niños, casas…) o la luz de Zorn (lagos, paisajes…) también están presentes en sus cuadros. A los no-nórdicos, esta atmósfera nos parece algo extraño a nuestra memoria cultural, diferente a lo que conocemos, pero (por desconocido) también muy atractivo.

Su pintura es además universal porque refleja la realidad (una realidad en la que todos convergemos) en un lenguaje muy cercano al impresionismo, a sus temas intimistas de “lo cotidiano” y su descomposición de la luz, aunque también tiene algo de la pintura americana de los 50’s… sólo algo. Pero su manera de hacer está fundamentalmente al servicio del alma: a veces es vital (con colores brillantes y contratados que nos empujan al cuadro sin querer), y otras veces terriblemente melancólica (con pinturas casi monocromas en sepias o naranjas, representando un tiempo que pasó de largo sin rozar a nada ni a nadie).

Es muy fácil identificarse con estos cuadros… se dejan amar enseguida. Parecen demasiado bonitos para ser verdad y demasiado cotidianos para ser reales pero, al final, evitan que el mundo resulte demasiado aburrido. Porque Mariana pinta la vida de color de rosa … pero usando todos los colores.

MILUCA SANZ

Albornoz, 1998

Ana en la ventana, 1998

Arquitectura, 1998

De espaldas en la nieve 2, 1998

De espaldas en la nieve, 1998

Jugando en la nieve, 1998

La casa de Ingrid, 1997

Patinando en el lago, 1998