En silencio: hombres (2002)

En la galería BAT- Alberto Cornejo.

LUZ DE AGOSTO EN EL NORTE

Roan Oak, agosto de 1931. Cae la tarde y Faulkner sale al porche a charlar con su mujer. Estelle contempla la luz del atardecer detenida sobre unos arbustos. ¿ No te parece que la luz de agosto es distinta a la de cualquier otra estación del año?, pregunta. ¡Eso es! exclama Faulkner, que se levanta de su asiento y regresa a su cuarto de trabajo. Coge la primera página de su último manuscrito tacha el título y escribe: Luz de agosto. Momentos así, en los que la cotidianidad se vuelve extraña, son los que Mariana Laín parece captar en sus cuadros. La esencia, el nacimiento de la creación, bajo una luz distinta a la de cualquier otra época del año. Momentos en los que nacen el amor y el arte. Instantes que Mariana es capaz de plasmar como solo los grandes escritores han sabido hacerlo. Fogonazos de la memoria involuntaria en los que de repente surge el recuerdo, un olor, un sabor, una luz, una palabra. Aunque para que se den, no basta con hundir una rama desnuda en una mina de sal, un pedazo de magdalena en el té o un remo en el agua. Hay que esperar meses, incluso años, para que ese trozo de madera se cubra de diamantes, para que esa sensación fugitiva, ese sabor, nos devuelva un rincón de nuestra infancia, para que Mariana nos regale un espléndido grupo de remeros o una hilera de magníficos cuerpos desnudos. Es una búsqueda constante, a menudo infructuosa, en ocasiones, muy pocas, feliz, “La meta de todo artista”, decía Faulkner, “es detener el movimiento, que es la vida, por medios artificiales y fijarlo de un modo que, cuando un extraño contemple su obra un siglo más tarde, ésta se ponga en movimiento… " Así lo hace Mariana, detiene en los cuadros el movimiento, la vida, y lo hace con una luz de agosto en grises y azules. Una luz de agosto en el norte. Distinta a la de cualquier otra estación. Diferente a la de cualquier otro artista.

BERTA VIAS MAHOU